El testimonio no se dice, se hace.

Homilía del Jueves IV del tiempo de cuaresma. (Ex 32, 7-14; Salmo 105; Jn 5, 31-47)

Homilía del jueves IV Cuaresma Cuautitlán

Pbro. Didier Munsiensi Mawete

“Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre”. El testimonio no se dice, se hace. No son las múltiples palabras que decimos que demuestran lo que somos, son lo que hacemos que definen nuestra personalidad y nuestro ser.

¿Cuál es la calidad de nuestras acciones? Más bien ¿Qué hemos hecho ya? El error que los seres humanos cometemos es esperar que los demás califiquen nuestras obras. Es un nihilismo de nosotros mismos, en el sentido de nulificar las capacidades personales.

Para Jesús, esta actitud no viene de Dios, y de alguna manera, es falta de fe. Porque, dice el Señor: “el Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no habita en ustedes, porque no le creen al que él ha enviado”.

Para reflexionar

Esto significa que el cristiano ha de creer que Dios actúa en él por su Hijo Jesús. Éste, conocía bien que Juan vino a dar testimonio del “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”; pero no se contentó de los halagos, sino que se puso en obra para dar sentido a su propia existencia. En este contexto, el Papa Juan pablo II, en su encíclica laborem exercens, confirma que: “el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra” (LE 4).

Las obras del Señor Jesús fueron orientadas al cuidado y salvación del hombre. Así mismo, cada obra que realizas es fuente de salvación por los demás. Podemos darnos cuenta ¿hasta dónde llega el pañal que un trabajador de Kimberly fabrica aquí en Cuautitlán? Como Nuestro maestro, Jesús lo hizo, valoramos, también, nuestras labores.

En la primera lectura contemplamos que Dios es tan bueno con nosotros y como dice el salmista: “la ira de Dios dura, sólo, un instante, pero su favor dura para siempre”. (Salmo 30, 5) Él es fácil de perdonar, su misericordia dura para siempre. Cuando Dios se recuerda de sus siervos de buena voluntad, su misericordia se manifiesta y renuncia a castigar a su pueblo. No tememos, volvamos a Él de todo corazón, Él nos levantará.

¡Así sea!

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