Pbro. Didier Munsiensi Mawete
El tiempo de Cuaresma es el momento privilegiado como nos lo dice San Pablo en la segunda carta a los corintios, es momento de gracia del Señor, donde los creyentes buscan de todo corazón volver a Dios después de sus fracasos en la vida del pecado. Todos lo sabemos que el camino de regreso al Padre exige la oración, el ayuno y la limosna. Son prácticas muy bonitas, que nos orientan a una disciplina de vida que conduce a Dios. Pero, estas prácticas no deben de quedarse simplemente cumplimientos exteriores sin profundidad interior, tampoco deben de aplicarse para llamar la atención a los demás. Más bien, estos ejercicios son para fomentar en nosotros una vida interior auténtica, donde ya no hay división entre nosotros y con Dios, donde las peticiones que hacemos a él, se orientan a buscar su honor, pero no nuestros intereses. Esta actitud espiritual la vemos en la oración de Azarías: “ pero acepta nuestros corazones adoloridos y nuestro espíritu humillado, como un millar de corderos cebados. Que sea hoy nuestro sacrificio y que sea perfecto en tu presencia, porque los que en ti confían no quedan defraudados”. Necesitamos esta religión desinteresada que honra a Dios libremente con una conciencia de pertenencia a Él únicamente. Esta religión auténtica se refleja en la actitud del creyente. Éste, vive haciendo presente a Dios en el mundo. ¿Cómo? Aplicando en su cotidianeidad las calidades divinas en el mundo. Y la calidad divina más requerida es el perdón. ¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿hasta siete veces?, Pregunta Pedro. Jesús responde: “hasta setenta veces siete”; es decir siempre. Parece simple, pero no, el perdón debe de doler el corazón, porque es un verdadero sacrificio que hace la consciencia personal. Sin embargo, el perdón cura el corazón de amarguras, violencias y de maldades mezquinas que dañan profundamente la integridad del hombre. Sin el perdón, la persona se enferma físicamente y espiritualmente se aleja de la gracia divina. Por eso, el Señor Jesús concluye: “lo mismo hará su Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Esto significa que cuando el hombre perdona a su hermano es igual a Dios. Divinicémonos mis queridísimos hermanos practicando de corazón el “PERDON”