Homilía del miércoles III del tiempo de Cuaresma (Dt4,1. 5-9; Salmo 147; Mt 5, 17-19)

Pbro. Didier Munsiensi Mawete

“Tus palabras son espíritu y vida. Tú tienes palabras de vida eterna”. Esta antífona de aclamación del evangelio, demuestra la gran riqueza que tiene la palabra de Dios en favor del hombre. El Señor, se nos revela por medio de su palabra y por la misma, el hombre recibe su justificación. Por eso Moisés insiste al pueblo: “ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos del Señor que te enseño”. Y más adelante añadió: “porque ellos son su sabiduría y su prudencia a los ojos de los pueblos”. Los fieles no deben de olvidar que la prudencia es la capacidad del ser humano de medir las posibles consecuencias de los actos y actuar responsablemente. Así mismo, la prudencia implica actuar de manera justa y con cautela, respetando la vida y la libertad de los demás. Estas afirmaciones que tomamos del libro de Josué 9:4, nos hacen entender lo que el Señor Jesús dice en el evangelio de hoy: “no he venido a abolir la ley y a los profetas, sino a darles plenitud”. Porque la ley siempre impulsa el orden y está nos lleva a Dios. Esta, es la sabiduría. Meditemos sobre el carácter de la vida que llevamos. ¿Hay orden? Si vemos que sí hay, nos aseguramos que Dios está con nosotros y es la sabiduría misma que nos ubica. Sin en cambio, lo contrario es el desastre, vida sin sentido, que tiene como consecuencia de no poder ser heredero del reino de los cielos.

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