Pbro. Didier Munsiensi Mawete
“El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”. Podemos contemplar dos actitudes en la liturgia de la palabra de hoy. Por una parte, está el servidor vividor de su servicio y por la otra el servidor redentor. No basta decir que yo sirvo y soy responsable, pero es importante ver hasta donde mi servicio es vía de salvación para todos. Mi servicio es un don o solo medio de buscarme a mí mismo, tener una fama y buscar reconocimientos para mí. En la primera lectura, miramos al siervo del Señor que se pone en la situación difícil, ve y escucha los planes de los perseguidores a su contra. Ellos cuentan con su maña y agilidad, sin en cambio el siervo del Señor tiene sólo a Dios como refugio. No va a quejarse o defenderse él mismo, invoca al Señor: “Señor, atiéndeme. Oye lo que dicen mis adversarios. ¿Acaso se paga bien con mal? Porque ellos han cavado una fosa para mí. Recuerda como he insistido ante ti, intercediendo en su favor, para apartar de ellos tu cólera”. La oración desinteresada del siervo del Señor, hace eco a lo que Jesús nos dijo hace unos días: “amén a sus enemigos y hagan oraciones para ellos”. En realidad, el hombre por si, no tiene capacidad para cambiar a los demás y eso es una verdad. En cambio, El que puede transformar a un hombre es Dios, capaz de penetrar en lo profundo del corazón y germinar, desde ahí, una mejoría en el comportamiento de la persona. Por eso, nadie olvidará la presencia del mal y de los malvados en el mundo. Sin embargo, la confianza en Dios, permite que su siervo salga siempre adelante. “Sácame, señor de la trampa que me han tendido, porque tú eres mi amparo. En tus manos encomiendo mi espíritu”.
