Homilía del segundo Jueves del tiempo de Cuaresma (Jer 17, 5-10; salmo 1; Lc 16, 19-31)

Pbro. Didier Munsiensi Mawete.

“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto”. El endurecimiento del corazón cierra los oídos del hombre, no lo permite tampoco ver a su alrededor las oportunidades que le puedan acercar a Dios. “Si lo hicieron al más pequeño de ellos, a mí lo hicieron”. El Señor Jesús siempre toma el lugar del más humilde, de estos pequeños insignificantes que andan mendigando el amor, la atención y la vida. Los Lazaros no lo vayamos a buscar lejos, son todas aquellas personas que les hacen falta la atención social, los marginados de la sociedad que necesitan de nosotros. Ellos son verdaderos amigos que nos recibirán en el cielo. El papá Francisco en su mensaje de Cuaresma insiste: “no se cansan de hacer el bien”. Quiero pensar que el Señor Jesús no quiere espantarnos o causar en nosotros una culpabilidad. Su pedagogía es clara, demostrar las consecuencias de nuestro actuar para que cada uno viva consecuentemente su compromiso cristiano. La preferencia a los pobres es la opción fundamental para la salvación de todos y la felicidad del cristiano está en el bien que hace diario. Para lograr este grado de vida espiritual, necesitamos la ayuda de Dios él mismo, no de nuestra voluntad ni de nuestros criterios humanos. “Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se burla del bueno, que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *