Homilía de segundo lunes del tiempo de Cuaresma (Dn 9, 4-10; Salmo78; Lc 6, 36-38)

Pbro. Didier Munsiensi Mawete

“Sean misericordiosos, como su padre celestial es misericordioso”. Decir que Dios es misericordioso significa que Él mismo viene a mostrarse como fuente de amor con rasgos más maternos que paternos. “Él es rico, lleno de un amor que brota de sus entrañas o vientre materno (rehem). Por más entendimiento, Dios ama así con ternura de madre y cuida con amor insuperable  y eterno al fruto de su entraña. Dios es misericordioso porque es creador. Amar es crear, haciendo que surja lo que existe y que nazca la vida”. (diccionario de teología 2013). El hombre, hijo de Dios, tiene que vivir lleno de ternura a la estatura de su Creador. Vivir amando, es decir, crear vínculos de amor con sus semejantes, manifestarles su ternura que se expresa con el perdón, el compartir con los demás y la empatía: no juzgar, no condenar, en fin, ponerse en los zapatos del otro. Así, ser misericordioso es tomar iniciativas de ser el primero en amar, no esperar que me amen, que me conceden lo que quiero tener. Es decidir de obrar el bien para los suyos, aborreciendo el mal que es dañino para ellos. Ahora es necesario que cada quien examine su conducta. Si no hemos actuado conforme a la voluntad de Dios, seamos humildes como nos enseña el profeta Daniel en la primera lectura, imploramos al Señor diciéndole: “Señor Dios, grande  y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos. Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidades, hemos sido malos… Tuya señor es justicia,  y a nosotros vergüenza”. Esta confesión de nuestros pecados mueve las entrañas maternas de Dios y nos mira con compasión.  Igual con la misma ternura de Dios ya no juzguemos más  entre nosotros ni condenarnos. Nos sostenemos los unos y otros con empatía y pidamos que Dios nos perdone. ¡Así sea!

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