Homilía de viernes después del miércoles de Ceniza.


Pbro. Didier Munsiensi Mawete.
En la respuesta que Jesús da a los discípulos de Juan, que se preocupaban de que ellos y los fariseos ayunan, pero los discípulos de Jesús no, El Señor se presenta como un novio. Sin duda alguna, un novio es la esperanza de su novia, la procura, la protege… Además, el novio es fuente de alegría, ternura y cariño para su novia. Al igual para sus compañeros el novio es causa de alegría y gozo. Mientras está presente nada les puede hacer falta ni siquiera a la novia y a los compañeros. Vale la pena preguntarnos, ¿es Jesús mi amigo? ¿Soy integrante de sus compañeros? ¿Está en mi vida? Estas preguntas nos hacen eco a las que Dios hace a su pueblo por el profeta Isaías en la primera lectura. A las quejas del pueblo: “ ¿porqué ayunamos tu no lo ves, nos humillamos y tu no lo tomas en cuenta?, Dios responde, preguntando: “¿cómo debe ser el ayuno que me gusta, o el día en que el hombre se humilla? ¿Acaso se trata nada más de doblar la cabeza como un junco o de acostarse sobre sacos y cenizas? ¿A eso llamas ayuno y día agradable a Dios? La verdad es que considerar de esa manera el ayuno, más bien limitarlo como práctica vacía, es perder tiempo y engañarse así mismo. El verdadero ayuno radica en lo siguiente: “romper las cadenas de la injusticia, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartir tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Ser compañero de Jesús es disfrutar de sus bienes y ser amable con los demás. Basta que vivamos así, nuestra recompensa será grande en los ojos de Dios.

Así sea.

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