XXIV ORDINARIO martes 15 septiembre de 2020 Nuestra Señora de los Dolores 1Cor 12, 12-14.27-31; Sal 99; Lc 2, 33-35.Seguramente para María y José el momento de la presentación de su Hijo Jesús al templo es una experiencia maravillosa, llena de alegría y esperanza. Desde ese momento aparece el dolor como parte de su vida. Ser heridos físicamente por una espada es doloroso.Para María no será nunca un dolor físico, su dolor estará siempre en su interior: en su afecto, sus emociones y sentimientos, aún en sus pensamientos. Sin embargo su espíritu estará por siempre en el gozo, la paz, la esperanza, el amor todo entregado en libertad.María en su fe acoge las consecuencias de su servicio al Padre acogiendo, protegiendo, acompañando a su Hijo hasta la plenitud de su entrega. La Madre no guarda nada para sí, sobre todo cuando la Palabra se lo indica.Su hijo será “signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones”. La verdad que ilumina y que está en contradicción con la mentira que oculta, oscurece.La verdad une y la mentira divide. El Cuerpo de su Hijo lo verá María dividido. Ella misma está en el argumento de la división, rechazada o acogida. Su fe no se desmorona, pero sí sufre este rompimiento. Todos quieren ser dios, rechazar a su Hijo es la consecuencia.Podemos buscar a María la Madre y decirle: ‘¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en Él que conmigo’.Sí, con María entremos en Cristo doliente para saber el amor y vivirlo siempre. En su dolor María nos señala el Camino que es su Hijo, nos deletrea la Palabra vida que da vida y nos alza de nuestra flaqueza, para animarnos a rechazar el pecado: la mentira, la división, el odio.