NAVIDAD miércoles 8 de enero de 2020
1Jn 4, 11-18; Sal 71; Mc 6, 45-52.
¿Será que Dios se aleja de nosotros a veces? Este pensamiento no es raro que venga a nuestra mente. Nosotros nos metemos en nuestra vida, en la barca de nuestros quehaceres y se nos olvida que hemos tenido un encuentro con el Señor. Caemos en el temor, la angustia.
Jesús está atento a nosotros, nos está mirando siempre. Ha decidido ‘volver su rostro hacia nosotros’ y nunca deja de hacerlo. Está en el Padre, en diálogo permanente, pero nos mira en nuestras necesidades. Esta es la experiencia de los discípulos.
Nuestra falta de fe nos hace confundir al Señor, nos atemoriza en vez de darnos paz. Él hoy nos dice: “¡Ánimo! Soy yo; no teman”, entra a nuestra vida, como nuevo Moisés atraviesa el mar y sube a nuestra barca, nos acompaña en los quehaceres diarios.
Esta experiencia seguramente es la que permite al discípulo amado decir con claridad “En el amor no hay temor. Al contrario, el amor perfecto excluye el temor, porque el que teme, mira al castigo, y el que teme no ha alcanzado la perfección del amor”.
Dios nos ha revelado su amor en Cristo, que lo ha llevado al extremo de dar la vida por cada uno de nosotros. Por sustituirnos en el pago de nuestro no-amor que es el pecado: la mentira, la indiferencia, el rechazo, el rencor, el odio, fiarnos de nosotros mismos, de los bienes.
Cuando estamos en convivencia con seres queridos, amistades, familiares, el tiempo ‘se pasa sin darnos cuenta’, decimos. Preguntemos a los enamorados: esposos, novios, para ellos no cuenta el tiempo. El amor permanece, libera interiormente.
Si esto sucede en el amor humano, ¿cómo se realizará en el Amor perfecto, eterno, que es Dios? Permanezcamos en su amor. Dejemos que entre a nuestra vida diaria, nos guíe en ella.