Homilía del Señor Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

XXVI ORDINARIO viernes 4 de octubre de 2019
San Francisco de Asís
Bar 1, 15-22; Sal 78; Lc 10, 13-10.
Jesús capacita a sus discípulos predicando la Palabra, realizando signos y, también,
dándoles indicaciones para la misión. También lo hace con actitudes precisas, a veces de
ternura otras de enojo, como en este caso.
Después de reclamar a las ciudades de Corozaín y Betsaida su indiferencia, si dirige a sus
discípulos: “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a
mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.
El discípulo misionero tiene que alcanzar una fe que le de firmeza en el anuncio del reino,
no tener miedo para afirmar la verdad. Esto nos debe hacer reflexionar en nuestra actitud
ante quienes rechazan hoy a Cristo, su Iglesia, los principios que brotan de la enseñanza de
ésta.
Cada vez más vamos endureciendo nuestro corazón, cerrando y cayendo en el
individualismo y pensar que todo es relativo a nuestro punto de vista. Muchas
contradicciones, sin darnos cuenta, nos encarcelan, nos hacen dependientes de ideologías
que nos manipulan.
La confesión del profeta en la primera lectura, nos reclama un cambio profundo, conversión
desde el fondo del corazón, nos llama a volver a Dios y sus profetas para escucharlo y dejar
de seguir “las inclinaciones de nuestro perverso corazón…”.
Nuestros ídolos -el poder, la autosuficiencia, la satisfacción inmediata y egoísta de nuestros
deseos y necesidades-, nos llevan a la cultura de la muerte y de la descalificación de
personas que no llenan los requisitos que les ponemos, aún en lo afectivo.
Dios llama a Francisco de Asís, para reconstruir la Iglesia; su intención va más allá, desde
la Iglesia promover el respeto a la persona humana, su dignidad, a la naturaleza, la casa
común. El Papa actual adopta su nombre para recordar esa misión de la Iglesia.