XXVI ORDINARIO jueves 3 de octubre de 2019
Santísimo nombre de Jesús
Neh 8,1-4. 5-6. 8-12; Sal 18; Lc 10, 1-12.
Jesús, al enviar a sus discípulos, marca los pasos necesarios en el Plan de Salvación.
Después de haberlos formado, motiva a los discípulos sensibilizándoles de la urgencia de
trabajadores y de inmediato los envía a los lugares donde Él pasará. La acción es conjunta.
Después les pide que oren pidiendo al Dueño, su Padre, que envíe trabajadores, que ellos
sean dignos de esta tarea. No llevar nada expresa la confianza que deben tener en su Padre
y en la misión encomendada, anunciar el Reino.
La paz es presencia y acción del Reino. Si alguno los rechaza, es a Dios a quien rechaza y
hay que sacudirse el polvo de los pies, no contaminarse. La sentencia final es fuerte se
dirige a los mismos discípulos: “De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca”.
La voluntad del Padre, que cumple fielmente el Hijo, es definitiva. El Espíritu mantiene esa
promesa cumplimiento permanentemente para nosotros en Cristo Eucaristía, la gran fiesta
del amor de los hermanos que se abren a esa promesa, para vivirla y anunciarla.
Ya sucede, cuando el sacerdote Esdras presenta la Palabra y con Nehemías el gobernador se
dirigieron al Pueblo que ante la Palabra lloraba de emoción. Los levitas consuelan y todos
promueven la gran fiesta con comida que alcance para todos.
La Palabra es la que nos convoca y nos lleva a la comunión, compartiendo el gozo y los
bienes que tenemos para todos. Ahora tenemos la Eucaristía, a Cristo Hijo de Dios, cuyo
nombre al ser invocado con fe nos llena de fortaleza y seguridad.
Vivamos con el nombre ‘Jesús en la boca’, invocándolo, agradeciendo siempre, y, sobre
todo acompañándolo siempre con nuestro testimonio de fe y de amor, siendo los unos de
los otros servidores en el nombre de Jesús, Hijo de Dios.