II CUARESMA sábado 23 marzo de 2019
Santa María de Guadalupe
Miq 7, 14-15. 18-20; Sal 102; Lc 15, 1-3. 11-32.
La parábola que nos presenta Lucas, ha tenido varios nombres, según el personaje que queramos destacar: el hijo pródigo, el padre misericordioso, el hermano inconforme. Podemos ahora pensar en la casa.
El padre vive con los dos hijos. Al responder al mayor, ante su disgusto por ver que recibe al hermano menor, vemos algo maravilloso: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”.
Desde el momento de nuestro bautismo, Jesús nos incorpora a la Casa de Padre, somos de su familia. Entonces ¡todo lo que es la Casa del Padre es también nuestro! ¡Podemos disfrutar ya de los bienes del cielo!
Sin embargo, como el hermano mayor, podemos sentirnos ajenos. O como el hijo menor, insatisfechos dentro de casa y salir a buscar, todavía pidiendo la herencia, lo que nos daña.
Estar en la casa y vivir ausente de ella es doloroso. Salir de casa y añorarla al tocar fondo y encontrarnos sin tierra, en medio de animales inmundos, deseando alimentarnos de lo que a ellos alimenta, es doloroso.
Podemos en este tiempo de Cuaresma tomar la oración de Miqueas: “¿Qué Dios hay como tú, que quitas la iniquidad y pasas por alto la rebeldía de los sobrevivientes de Israel?”
Tenemos la oportunidad de recapacitar sobre nuestro Bautismo. ¿Estoy viviendo en la Casa del Padre? ¿He salido de ella como el hijo pródigo a buscar la satisfacción que ofrece el mundo y he despreciado a Dios?
¿Estoy en Casa del Padre, pero sin disfrutar de ella, atado a mis miedos, dudas, envidiando a los que están fuera de ella, rechazando a los que llegan después de un camino de conversión?
Oremos con el profeta: “Señor, Dios nuestro, pastorea a tu pueblo con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que vive solitario entre malezas y matorrales silvestres”.