VII ORDINARIO miércoles 27 de febrero de 2019.
Por las vocaciones a la vida religiosa.
Sir (Eclo): 4,12-22; Sal 118;
La vida es un misterio. Si vemos el plano humano, nacemos del amor de los papás y, en el camino de nuestro crecimiento, vamos encontrando este amor al mismo tiempo que muchas situaciones para confundirlo con muchas cosas.
El amor, hemos visto, cada uno lo entiende a su modo. Lo limitamos a la razón, al sentimiento, a la emoción. Y aparecen cosas como la química, el destino, la suerte. Todo esto nos lleva a no descubrir la importancia de la decisión personal.
Juan representa en la comunidad, ordinariamente, al discípulo amado. Ahora lo vemos con un dejo de celos: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”.
Jesús apela precisamente a la libertad, la decisión de cada uno: “Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. La capacidad de la elección está en correlación con la fe, con la acción de la Sabiduría en nosotros.
Y ahí está el riesgo. Un sembrador no ve el fruto hasta que cada semilla vive su proceso, el cual depende de la pureza de la semilla, la bondad de la tierra y del clima. Y espera. Esa espera es activa, cuida su semilla.
“Al principio, la sabiduría lo llevará por caminos sin rumbo y lo atormentará con sustos y temores”. Hasta que nos fiemos totalmente de ella, nos “conducirá gozoso por el camino recto y… revelará sus secretos”.
Cada vocación es nuestra respuesta al Señor para seguirlo totalmente. Y ninguna vocación es mejor que otra. La más valiosa es la que da el Señor a cada uno, pues todas se cumplen en la vida de Iglesia, Cuerpo de Cristo.
No temamos
fiarnos del Señor, a todos Él nos llama a la misma santidad en su amor eterno.