VII TIEMPO ORDINARIO Jueves 28 febrero de 2019
Misa votiva de la Divina Misericordia.
Sir (Eclo): 5, 1-10; Sal 1; Mc 9, 41-50.
Normalmente nos preocupamos por sacer el mejor provecho de lo que tenemos como oportunidad, sea para capacitarnos, para superarnos en algún aspecto, u obtener una mejor ganancia y, aún, cosas que pudieran ser lujo.
Todo es bueno según la intención que tengamos de fondo. El riesgo es que nos atoremos en lo material, externo, o que lo canalicemos hacia el poder individual, el prestigio personal, el culta a nosotros mismos.
Las advertencias del Maestro tienen esta intención, de no quedarnos atorados a la vida terrena, sino que con todo lo que podamos caminemos hacia la vida eterna y la verdadera felicidad.
“La sal es cosa buena; pero si pierde su sabor, ¿con qué se lo volverán a dar? Tengan sal en ustedes y tengan paz los unos con los otros”. Esto significa que cada uno mantengamos la propia identidad en comunión con los demás.
La sabiduría de Dios nos advierte lo mismo. Ni riquezas, ni los propios instintos, ni los antojos, ni los pecados, que causan engañosa satisfacción, nos darán la vida eterna. Dios es misericordioso y es justo juez.
Por eso, aprovecharnos de la misericordia del Señor nos ayuda a abrirnos sin temor a Él, ser transparentes con Él y descubrir la verdad de nuestra vida como Él la ve. La misericordia de Dios es para nuestra vida, jamás para la muerte.
Y si el Señor es misericordioso con nosotros así, de esa manera hemos de serlo para con los demás. Ayudar a que el hermano descubra sus capacidades y las aproveche para bien. ¡Cuánto los padres pueden ser misericordiosos como Dios lo es, con sus hijos, al saberlos guiar en la verdad.
La comunidad de discípulos ha de ser una comunidad de misericordia: cada uno ofrece al hermano aliciente, apoyo, aún corrección fraterna, para ser fie a Dios.