VII TIEMPO ORDINARIO domingo 24 de febrero de 2019
1Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; Sal 102; 1Cor 15, 45-49; Lc 6, 27-38
El camino de las bienaventuranzas que propone Jesús tiene un punto de llegada, el amor, con el que llegamos a ser verdaderamente imagen y semejanza de Dios y por el que vivimos una nueva realidad en el mundo.
La vivencia del amor en el mundo se ha convertido en un comercio y vemos imposible, como injusto, que una persona ame y no sea amada. Sin embargo el amor de Jesús debe ser libre, auténtico, permanente: a los enemigos.
En este amor está la clave que nos asemeja al Padre; “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”. En la vida del Reino, la justicia no está en dar a cada uno lo que le corresponde, sino lo que necesita para vivir la paz.
Saúl quería matar a David y no lo dejaba en paz. David lo encuentra dormido y se acerca a él, tiene la oportunidad de matarlo. Sin embargo actúa según el querer de Dios, y afirma “yo no quise atentar contra el ungido del Señor”.
La unción del rey es por decisión de Dios, por eso David no toca a Saúl, aunque ya había sido elegido rey. La justicia es el querer misericordiosos de Dios. Y nosotros somos la nueva humanidad, herencia del nuevo Adán, Cristo.
Es difícil nuestra vida de discípulos misioneros de Cristo, porque entramos en un modo de actuar que no es del mundo; tenemos que ir contra corriente, más allá de los criterios del mundo.
La familia ser espacio de educación en el amor de Cristo; crear un ambiente social no sólo de justicia, sino de misericordia. Trabajar en todos los campos por la verdad, la reconciliación, la justicia y la paz.
Aprovechemos la
oportunidad de reencontrarnos con Cristo en la fe por la catequesis, la
evangelización permanente, la práctica gozosa, permanente, de la caridad.