VI ORDINARIO lunes 18 de febrero de 2019
Misa Por la Iglesia universal
Gén 4, 1-15. 25; Sal 49; Mc 8, 11-13.
Cuando hablamos de la verdad, podemos tener muchos puntos de vista y, a veces, llegar a discusiones inútiles. La verdad en la Escritura es la Verdad del la Palabra, la Verdad de Dios.
Los textos que ahora meditamos nos guían en este sentido. ¿Por qué Jesús no quiso dar ninguna señal a los fariseos? Si lo hizo con los paganos, con los ciegos y con los leprosos. ¿Por qué con ellos no?
Porque no les interesaba a los fariseos la verdad, sino defender su poder, su punto de vista, el control sobre la comunidad. No querían saber nada de la llegada del Reino de Dios.
Y puede venirnos una pregunta semejante respecto a la predilección de Dios por el sacrificio de Abel y el rechazo del de Caín. Caín es el hermano mayor, Abel es el menor, ambos ofrecen sacrificios de lo que tienen. ¿Entonces?
Hemos de darnos cuenta de que Caín “presentó como ofrenda al Señor los productos de la tierra”. No habla de algo selecto, ni de algo que le pertenece a Caín, sino de lo que la tierra de por sí produce.
En cambio, Abel “sacrificó las primeras crías de sus ovejas y quemó su grasa”. Abel escoge lo mejor: sacrificar una primera cría supone arriesgar a que ya no haya más y quedarse sin nada. La grasa es lo más suculento de las ovejas.
No es tanto el sacrificio en sí lo que agrada al Señor, cuanto la verdad de ese sacrificio, que habla de la fe, de confianza absoluta en Dios como Padre y dueño de todas las cosas.
Y esta es la
verdad que Dios nos da. La verdad que la Iglesia ha de proclamar en Jesucristo,
muerto y resucitado, misericordia del Padre. Verdad del amor en la existencia
humana, imagen del Dios verdadero.