Homilía del señor Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

V ORDINARIO miércoles 13 de febrero de 2019

Misa para pedir la gracia de una buena muerte.

Gén 2, 4-9.15-17; Sal 103; Mc7, 14-23

Una de las preocupaciones del hombre es no mancharse del mal; desde tiempo de Jesús se introducen en la vida del creyente cosas que no tienen nada que ver con la realidad: “Nada que entre de fuera puede manchar al hombre”.

Y en este negativa de Jesús entran los famosos ‘trabajos’, brujerías, trato con objetos supuestamente portadores del mal. Ya no digamos los alimentos; no hay alimento que por sólo comerlo afecte nuestra vida interior.

Otra cosa pueden ser los estupefacientes y bebidas que dañan el organismo en primer lugar y luego van afectando las facultades como mente, emociones, sentimientos, imaginación.

Con esto, de paso, nos exige hacernos responsables de nuestros sentimientos, emociones, decisiones: “del corazón del hombre salen las intenciones malas…” y es en el corazón en donde decidimos nuestra vida.

Por eso, desde el principio, al crearnos, Dios nos da una orden. Nos hemos quedado con lo superficial, lo secundario, como es el buscar qué árbol era, o si el comer algo daña. Lo que daña es la desobediencia al dueño de la vida.

Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal te mando que no comas”. Sólo de un árbol no podemos comer, el de la decisión sobre el sentido de la vida, el bien y el mal. Eso es de Dios.

Esta orden que nos da el Señor no cambia lo fundamental en nosotros: “Un día, el Señor Dios tomó polvo del suelo y con él formó al hombre; le sopló en la nariz un aliento de vida, y el hombre comenzó a vivir”.

Tenemos el “aliento de vida” de Dios, tenemos su identidad. Es otra forma de decir que somos su imagen y semejanza. ¿Es necesario, entonces, que busquemos otra forma de ser como Dios?

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