Homilía del señor Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

V DOMINGO ORDINARIO 10 de febrero de 2019
San José Sánchez del Río, mártir mexicano
Is 6, 1-2. 3-8; Sal 137; 1Cor 15, 1-11; Lc 5, 1-11.
Hemos venido siguiendo a Jesús en su ministerio. Predica anunciando que el Reino de Dios está cerca; esto lo hace más claro con los signos que realiza: tanto curaciones como liberación del maligno son sus obras.
Ante esto mucha gente se admira. Pero ahora realiza algo más directo respecto a sus discípulos. Parece la cosa normal, está predicando desde la barca de Pedro y ahí guía a los pescadores, hombres experimentados.
Se han esforzado y no han sacado nada. Pedro arriesga: “confiado en tu palabra, echaré las redes”. El impacto de la pesca es tal que provoca su conversión y el reconocimiento de Jesús como Señor.
Esto sucede con el profeta. El signo del carbón encendido que toca sus labios es la acción de Dios que purifica y dispone para la misión: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?”. Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Estos datos del llamado, la conversión y el envío son los mismos que nos da en su testimonio Pablo: “Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí”.
No se trata sólo de una palabra que da, sino de una experiencia de amor: “Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito”.
Aunque pudo haber sido su experiencia por la meditación y estudio de la Escritura, Pablo avanza en su testimonio: “Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios”.
Cristo viene así a nosotros siempre. Para darnos a conocer y entregarnos la vida del Reino, lo cual supone para nosotros la conversión, el cambio de orientación en nuestra vida.
Sigamos a Cristo porque Él nos convence de su amor, nos da la conversión y amplía el horizonte de vida.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *