IV ORDINARIO viernes 8 de febrero de 2019
Votiva de la Divina Misericordia
Heb 13,1-8; Sal 26; Mc 6, 14-29.
Juan, el precursor, había dicho sobre Jesús: “conviene que Él crezca y que yo disminuya”. Esto no fue sólo una frase para completar una enseñanza, sino una verdad que el Bautista lleva en lo profundo de su ser.
Aquí vemos el gran contraste. Por un lado Jesús realizando signos, predicando su Palabra alcanza la fama, a tal grado que Herodes se entera. Y aparece el relato del encarcelamiento y el martirio de Juan.
Parece algo trivial. Una fiesta de cumpleaños del rey. Una joven que danza y a todos agrada. Pero surge a la vista el corazón lleno de soberbia, odio, que no da oportunidad al rey de dimensionar su conducta.
Es le proceso de la mente atada al pecado. El odio hace de la mujer esclava del deseo de venganza. El orgullo al rey lo hace sentirse dueño de todo, la lujuria le roba la coherencia. Juan toma el riesgo de proclamar la verdad.
Ante la oscuridad de quienes permanecen en la vida surge la luz de quien da su vida por el Reino. “Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron”, en la espera de la vida plena.
Esta sencilla referencia a los discípulos de Juan, nos descubre la actitud de fe que se desprende de un camino de esperanza: “Conserven entre ustedes el amor fraterno y no se olviden de practicar la hospitalidad… Acuérdense de los que están presos, como si ustedes mismos estuvieran también con ellos en la cárcel. Piensen en los que son maltratados, pues también ustedes tienen un cuerpo que puede sufrir”.
Acoger el Reino de Dios nos lleva ya, desde ahora, a tratar de vivirlo
con la seguridad y certeza de que esa es la vida verdadera. Seamos
misericordiosos como el Padre es con nosotros.