IV DOMINGO ORDINARIO febrero 3 de 2019.
Jer 1, 4-5.17-19; Sal 70; 1Cor 12, 31-13,1; Lc 4, 21-30
Hemos de volver a Nazaret para contemplar a María y a José en su camino de respuesta; para mirar a la Sagrada Familia que vive en comunión, donde Jesús se somete a la educación de José y María.
Ahí en Nazaret Jesús revela su misión ante la admiración de todos: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Vamos a Nazaret a mirar a Jesús y a admirarnos de su misión, el cumplimiento de la Promesa.
Con Jesús descubrimos que somos elegidos, que el Señor nos dice: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones”.
Nosotros, discípulos de Jesús, continuamos su obra en un camino permanente de servicio y entrega de nuestra vida. Los esposos en su matrimonio, jóvenes y adolescentes en la decisión de su vocación; los niños creciendo como Jesús.
Es camino común a todos, también de los consagrados y ministros ordenados. Es el camino que señala Pablo: “El amor es comprensivo.. servicial y no tiene envidia… no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad… disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. El amor dura por siempre”.
Después de recibir la iniciación cristiana, estamos en la posibilidad, si queremos y nos decidimos, de vivir el camino del amor, desde éste proyectar toda nuestra vida en la Iglesia y de la Iglesia para el mundo.
Pongamos nuestra fe y nuestra esperanza, los dones que a cada uno nos
ha dado el Espíritu santo, al servicio de la caridad, que es servicio hacia los
más pobres en lo material, lo psicológico y lo espiritual.