III ORDINARIO sábado 2 de febrero de 2019
La Presentación del Señor.
Mal 3, 1-4; Sal 23; Heb 2, 14-18; Lc 2, 22-40.
En nuestras tradiciones culturales y religiosas, están estos dos acontecimientos que hemos ligado con una convivencia de familia. La rosa de reyes y los tamales de la Presentación del Niño Jesús. El centro es el Niño Jesús precisamente.
En la Epifanía Jesús se manifiesta como Luz de las naciones, al recibir la visita de los sabios de oriente. Ahora, el profeta Simeón y la profetiza Ana reconocen en Él al Salvador que el Padre ha preparado “para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
El camino de María y José en la fe nos recuerda la respuesta de Abraham al Señor que lo llama para que vaya a la tierra que le indicará. ¡Un camino que se descubre paso a paso!
Así han ido María y José, paso a paso, descubriendo el camino. Su respuesta de fe ahora los lleva al templo “para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley… y… ofrecer… un par de tórtolas o dos pichones”.
La fe de María y José, de Simeón y Ana, no es una fe ciega en el sentido de no tener argumentos para creer. Saben de la acción misericordiosa del Señor y de la espera que vive el pueblo. Por eso descubren al Salvador.
Una fe sin riesgo no existe; sin abrir la propia persona a Dios no se mantiene. Por la fe nos acercamos a Dios, le creemos, lo podemos conocer más, descubrirlo en quien se acerca lo más posible a nosotros, su Hijo.
“Jesús quiso ser de nuestra misma sangre, para destruir con su muerte al diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a aquellos que, por temor a la muerte vivían como esclavos toda su vida”.
Vivamos agradecidos, alegres.