III ORDINARIO jueves 31 enero de 2019
San Juan Bosco, presbítero
Heb 10,19-25; Sal 23; Mc 4, 21-25.
Podríamos pensar que Dios solo busca el interior para estar con nosotros. Lo que llamaríamos ‘religión intimista’. No, si nos ha enviado a su Hijo, quien ha tomado nuestra carne, que nos habla en nuestro lenguaje, no quiere eso.
“¿Acaso se enciende una vela para meterla debajo de una olla o debajo de la cama?” Nos pregunta hoy. Él no quiere ocultar su Palabra. Pide a quienes sana que no lo divulguen y a los espíritus malignos que se callen, por otro motivo.
Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, pide el silencio para no crear falsas expectativas por argumentos humanos. Pero sigue proclamando por la Palabra y las acciones que el Reino de Dios ha llegado.
Como Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, hemos superado esta dolorosa etapa en la que la Sagrada Escritura quedó oculta, hasta con prohibición para tenerla; eso fue con la intención de preservar su verdadero sentido.
El Papa San Juan XXIII quiso que el Concilio Vaticano II fuera esa salida de la Iglesia para estar en el mundo, dialogar con el hombre de hoy, ofrecerle la luz de la Palabra. Y así ha sido el magisterio hasta nuestros días.
Toca a cada discípulo, desde su vocación, ser testigo del Evangelio Jesucristo vivo en el mundo. La carta a los hebreos nos anima a vivir en la esperanza y a estimularnos mutuamente en la caridad y las buenas obras.
Siempre ha habido en la Iglesia testigos de esta verdad que, viviendo su tiempo, son luz que permanece. Hoy tenemos el ejemplo de San Juan Bosco, quien se inspira en San Francisco de Sales para su ministerio.
En el inicio de la revolución industrial, descubre que los adolescentes y
jóvenes quedan en situación de riesgo y va a su encuentro llevándolos a Cristo
con amor y alegría.