II TIEMPO ORDINARIO jueves 24 enero de 2019
Memoria de San Francisco de Sales, obispo y Doctor de la Iglesia.
Heb 7, 23-8, 6; Sal 39; Mc 3, 7-12.
Encontramos un gran contraste entre la acittud de los fariseos, como maestros de la ley, y los que acuden a donde está Jesús de diversas partes de la región. Los primeros lo rechazan. Los segundos van tras Él.
Aparecen también quienes saben quién es Él, pero lo rechazan plenamente: “Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: ‘Tú eres el Hijo de Dios’”.
Jesús insiste en su actitud humilde de no dejar que crezca una fama superficial por los signos que realiza, para no limitar su imagen a la de un curandero o un mago, que era frecuente encontrarlos en esa época.
Meditemos la imagen que nos describe la carta a los hebreos sobre nuestro Sacerdote: “santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos”.
Cristo ofrece un solo sacrificio para siempre: “lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”. Siendo eterno como el Padre, sus obras son para siempre. Así es su sacrifico, porque es la ofrenda que hace de sí mismo.
Vemos que Jesús, Hijo de Dios, se va presentando como Profeta, Pastor, ahora aparece como el Sacerdote que purifica con la entrega cotidiana de su servicio de miricordia para con los enfermos y atacados por espíritus inmundos.
Así como avanzamos en el conocimiento de Cristo, hemos de avanzar, en la fe, en su seguimiento, cada vez más pleno, abarcando todo nuestro ser. Tenemos el ejemplo hoy de San Frnacisco de Sales.
Un sacerdote dedicado al ministerio y, dócil al Espíritu Santo, predica con las palabras y acciones, cuida de su grey como pastor bueno. Amorosamente entrega su cuidado a los más necesitados.
Para abarcar a más fieles, distribuye la doctirna y enseñanza a través
de impresos que motivan la oracíon y reflexión.
