II DOMINGO TIEMPO ORDINARIO 20 de enero de 2019
Is 62,1-5; Sal 95; 1Cor 12, 4-11; Jn 2,1-11.
La boda en el pueblo elegido tiene gran significado, por la imagen de Dios como el esposo y el pueblo mismo como la esposa. Además, está siempre la espera del Mesías. Todo esto hace de las bodas una gran fiesta.
No extraña que a la semana de fiesta falte vino. María interviene y se dirige a su Hijo. Jesús inicia su ministerio, le debe obediencia al Padre, por eso dice a su Madre: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”.
María pide ayuda a su Hijo y anima a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga”. De inmediato Jesús pide que “Llenen de agua esas tinajas” de la purificación antigua. La abundancia de vino, seiscientos litros, expresa la purificación total.
Jesús es el esposo que llega a la humanidad para que ya no sea: “Abandonada… Desolada”, y sea “Mi complacencia… Desposada… porque el Señor se ha complacido en ti”. María no altera el plan de Dios, sí espera misericordia de Él.
María está así, presente en dos momentos, en las bodas de Caná y al pie de la Cruz. Ella participa con su Hijo en el cumplimiento de la voluntad de Padre, en su hora. María es la virgen fiel dócil al Espíritu Santo.
Y hoy nos recuerda el texto: “es uno solo y el mismo Espíritu el que hace todo eso, distribuyendo a cada uno sus dones, según su voluntad”. María nos enseña a vivir esta docilidad para participar con Jesús en su misión de salvación.
Así abrimos este tiempo nuevo, después de la celebración de la Encarnación del Verbo y su Natividad. Ahora caminamos con Él para ser purificados y construir una nueva humanidad. María está con nosotros; hagamos lo que Jesús nos diga, construyendo la nueva humanidad unidos en Espíritu.