OCTAVA DE NAVIDAD III jueves 27 diciembre de 2018 San Juan, Apóstol y Evangelista
1Jn 1, 1-4; Sal 96; Jn 20, 2-9.
Encontrarnos con Dios implica muchas situaciones que pueden, a veces, ser tan sencillas que las pasamos por alto; otras veces piden de nuestra atención, de ver la continuidad de los signos que Él nos da o nosotros descubrimos.
Los pastores fueron vieron lo que los ángeles les habían dicho acerca del Niño que acababa de nacer en Belén. De inmediato dieron a conocer esta noticia a todos los que encontraban en el camino.
Ahora, María Magdalena va a buscar no ya en la cueva de Belén, sino en la del sepulcro a su Maestro. ¡No lo encuentra! ¡Ella misma participó en su sepultura y ahora no lo ve! Ahora María no va a anunciar la presencia sino la ausencia.
Ya no se dirige a todos los que encuentra en el camino, sino directamente a los que, con ella, son los que habían estado con el Maestro. “Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro”.
El otro, Juan, más joven, va más rápido y llega primero. Pero da el lugar a quien Jesús había dejado como Cabeza del grupo, quien debe confirmar en la fe a sus hermanos. Los discípulos siguen en la búsqueda.
Juan, más tarde nos da su testimonio: “Les anunciamos lo que ya existía desde el principio, lo que hemos oído y hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y hemos tocado con nuestras propias manos”.
Jesús de Nazaret está vivo: “Nos referimos a aquel que es la Palabra de la vida” y a quien nosotros también conocemos en la fe, “para que ustedes estén unidos con nosotros, y juntos estemos unidos con el Padre y su Hijo, Jesucristo”.
Al recordar hoy, pues, a San Juan, discípulo amado, apóstol y evangelista, nos unimos a él para caminar amando a Cristo, vivirlo, anunciarlo, servirlo.