Homilía del señor obispo Don Guillemro Ortiz Mondragón

XXXIV ORDINARIO lunes 26 de noviembre de 2018

Para fomentar la concordia

Ap 14, 1-3.4-5; Sal 23; Lc 21,14

Estamos en la semana del examen. Jesús nos anima a vivir nuestra fe y a dar los pasos decisivos para entrar en el Reino. Nos recuerda lo que nos dijo desde el principio: “bienaventurados los pobres”.

El pobre es el que pone toda su confianza en el Señor, como esta pobre viuda que aparece en el evangelio, que: “ha dado todo lo que tenía para vivir”. Sabemos que Jesús no se refiere al dinero sino a la vida.

Todo lo que ella tiene lo pone en las manos del Señor. Los ricos “echaban sus donativos en las alcancías del templo”, lo que les sobra, o una proporción. En el amor no hay medida. Dar sin medida es amar, confiar.

No basta ser bautizado, pertenecer a la comunidad. Es necesario que surja en el corazón el sentido de confianza, abandono en el Padre. Dejarnos sellar por el Espíritu es tener el nombre de cristianos, hijos del Padre.

La visión del apocalipsis es de esperanza, todos los llamados que se han dejado rescatar son quienes entonan el cántico que: “nadie podía cantar …, fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil, que habían sido rescatados de la tierra”.

Es esa humanidad fiel al Cordero que permanece unida a Él. Las doce tribus del pueblo elegido, más los doce apóstoles y quienes se suman vienen de todos los lugares habitados por la humanidad. No es la raza sino la fe que los identifica.

Hemos visto que al fin de los tiempos hemos de ser juzgados en el amor; para que este amor exista es necesaria la fe en Jesucristo resucitado, que se expresa en la comunión, la concordia que produce justicia y paz.

Esta comunión trasciende su signo de identidad, se abre a la misericordia con los más pobres. Es la Iglesia victoriosa.

 

 

 

 

 

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