Homilía del señor obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

XXVIII ORDINARIO lunes 15 octubre de 2018
Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
Gál 4, 22-24. 26-27. 31-5, 1; Sal 112; Lc 11, 29-32.
Tenemos la capacidad de asombro. Ya es difícil asombrarnos porque la tecnología de la imagen nos llena de realidades extraordinarias.
La simplicidad de corazón nos permite asombrarnos a partir de realidades cotidianas que encontramos en la naturaleza, en personas, de modo especial en los niños.
¿Cuántas veces hemos vuelto a ser niños ante un niño? Nos atrae su condición de inocencia, simplicidad, creatividad. Personas saturadas de leyes piden a Jesús una señal, que los impacte, que los haga sentir vivos, para creer en Él.
Jesús recurre al impacto de la fe, de la presencia del amor en Dios que ha dado al hombre su dignidad, su verdadera libertad. ¡Cuántos han quedado impactados por los signos que Jesús realiza! Sólo el que está sometido a la ley no los ve.
Dios no quiere sólo impactarnos. Quiere impactarnos con el poder de su amor que invita a buscar la verdad, como a la reina del sur, que llama a la conversión como a la ciudad de Nínive.
La interpretación que hace Pablo, bajo la acción del Espíritu, nos ayuda a ver esta realidad. La verdad y la vida no vienen de la búsqueda humana, sino de la promesa de amor de Dios. Abraham se confundió y pensó sólo a lo humano.
Creyó que era por él que Dios cumpliría su promesa; pero fue por la fe que tuvo un hijo con Sara, entendió que Dios era fiel a su promesa.
Santa Teresa de Jesús descubre que el don recibido para la vida religiosa se ha desubicado de su intención inicial; recomienza, desde sí misma una gran renovación.
Medita, contempla, y actúa la Palabra de Dios. Descubre que está más allá lo que Dios da y lo busca con ahínco. Su camino de santidad comienza con se admira de Dios y supera toda rutina.

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