XXVII ORDINARIO miércoles 10 octubre de 2018
Por los familiares y amigos
Gál 2, 1-2. 7-14; Sal 116; Lc 11, 1-4.
Nos ha quedado, a muchas generaciones, la idea de que orar consiste en rezar, es decir, en repetir oraciones y frases de memoria. De hecho algunos recién convertidos, lo primero que dicen es que no saben orar, rezar.
Hoy Jesús nos explica de qué se trata. ¿Qué hacia Él mientras oraba? Lo que enseña a sus discípulos, platicaba con su Padre. En este texto de Lucas vemos el Padre Nuestro en su forma sencilla.
Cuando dialogamos entre nosotros, primero nos saludamos, después viene la conversación en la que pedimos, ofrecemos, comentamos etc. Jesús nos enseña a hacer lo mismo con su Padre, nuestro Padre.
Saludarlo, “Padre, santificado sea tu nombre”. Después como niños, pedirle con confianza e insistencia: “venga tu Reino, danos hoy nuestro pan de cada día”. Que nos dé su vida para vivirla nosotros fortalecidos por su alimento.
Después expresamos al Padre nuestra decisión de serle fieles, cumplir lo que le pedimos, su voluntad: “perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende”.
Concluye con una petición que expresa la propia fragilidad, la necesidad que tenemos de que nos cuide como Papá: “no nos dejes caer en tentación”; termina con esta decisión de confianza en el Padre.
Esta diálogo con el Padre, cotidiano, nos permite vivir la libertad interior para seguir a Su Hijo como nuestro camino. Esa libertad interior que vemos en Pablo que habla con claridad de su experiencia, de su respuesta personal.
La oración nos permite estar atentos al Padre y también a nuestros hermanos y a la misión que realizamos. No podemos responderle al Padre por otros, pero sí podemos orar por ellos, por familiares, amigos, aún enemigos.
Revisemos nuestra vida de diálogo con el Padre, qué vivimos como discípulos misioneros; oremos por nuestros familiares y amigos, por todos.