XXVII ORDINARIO martes 9 octubre de 2018
Gál 1,13-24; Sal 138; Lc 10, 38-42.
Todos nos preocupamos por el trabajo. Quienes en la oficina, en la fábrica, en el hogar. No es raro que nos llegue el cansancio, y sintamos el peso y nos preguntemos si los demás trabajan como nosotros o por qué nos dejan todo.
Esta reacción natural en Marta, le hace acercarse a Jesús para que intervenga en la relación con su hermana. Jesús, al responder, trasciende esa relación que aparece conflictiva entre las hermanas, se centra en la escucha de la Palabra.
Elegir el quehacer está bien, porque es necesario hacerlo; y es mejor escuchar la Palabra, es un don que nadie nos quita. Pues de la escucha de la Palabra viene el conocimiento de Dios y de Dios viene la vida, el amor, la misericordia.
No es raro que pongamos como pretexto el trabajo para escuchar al Señor. Eso seguramente es habitual desde siempre. Los esposos, que creen ser los únicos que trabajaban, dejan que la mujer, que creían que no trabaja, vaya al templo.
La escucha de la Palabra nunca es dificultad para atender el trabajo, el descanso, la convivencia habitual de familia, amigos y otros ambientes. La escucha de la Palabra nos permite entender a Dios, a nosotros mismos y toda nuestra vida.
Pablo conocía las Escrituras, desde joven era practicante estricto, exigente, de la Ley. Hasta que se encuentra con Cristo entiende todo y recomienza su vida precisamente desde Cristo.
Uno de los desafíos que enfrentamos como Iglesia es encontrar la manera de dar a conocer la Palabra de Dios, propiciar el encuentro personal con Jesús vivo; para muchos es algo que no vale tanto la pena.
Pablo se enorgullece de dar testimonio: “El que antes nos perseguía, ahora va predicando la fe que en otro tiempo quería destruir”. Imitemos a Pablo para anunciar el evangelio.