XXVII DOMINGO ORDINARIO 7 octubre de 2018.
Gén 2,18-24; Sal 127; Heb 2, 8-11; Mc 10, 2-16.
El texto del evangelio nos invita a reflexionar sobre situaciones actuales de gran importancia en el seguimiento de Cristo. El tema del divorcio, hasta hoy, ha sido polémico. Moisés lo había prescrito para favorecer a la mujer.
La discusión es sobre las razones para aceptar el divorcio. Jesús va no a la ley, sino a la intención inicial de Dios, de donde procede todo sentido moral de la vida humana. La ley no es la moral, menos cuando la hace el hombre.
El Génesis nos amplía el fundamento: el hombre solo no está completo, necesita a la mujer para alcanzar la plenitud como imagen y semejanza de Dios, por eso el matrimonio es Sacramento, signo de la presencia de Dios.
La igualdad en dignidad y la diferencia en la sexualidad, hace posible el inicio de toda relación humana, la complementariedad. La persona no se complementa ni con los animales ni con las cosas, no son de su nivel, sólo las personas.
Esta igualdad viene fortalecida en Cristo, quien al tomar la condición humana y al morir y resucitar por nosotros, nos hace a todos partícipes de la santidad en Cristo, otorgándonos un nivel mayor de dignidad, la de hijos de Dios.
Cristo nunca se avergüenza de ninguno de nosotros. Es nuestro hermano y nos ama, toca a nosotros saber distinguir entre el querer, el ideal, humano, la ley que hacemos, y lo que es la voluntad del Padre, la vida en Cristo.
Lo que afecta la complementariedad, daña la vida humana. En la tendencia homosexual no es posible llegar a la relación conyugal de por sí, pero puede existir una sana amistad encaminada a la santidad.
Cualquier tercera persona o personas, pueden crear dificultad para la complementariedad conyugal si interfieren; si dan espacio, libertad a los esposos, serán de mucha ayuda.