Homilía del señor Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

XXIII ORDINARIO viernes 21 de septiembre.
San Mateo, Apóstol y Evangelista
Ef 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mt 9, 9-13.
Seguramente nos ha tocado llegar, acompañando a alguien, a un evento en el que hay personas que no conocemos y, tal vez, ni siquiera sabemos el motivo de éste. ¿Qué responderíamos a la pregunta de los fariseos en casa de Mateo?
La respuesta de Jesús expresa su intención, más que sanar al enfermo: “Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios”.
La misericordia es ese don con el que el Padre nos transforma, no sólo sanando del pecado nuestra vida, sino incorporándola a una nueva existencia, la del amor y la gratuidad, la gracia con la que podemos realizar nuestra vocación.
Seguramente para Mateo este momento queda grabado profundamente en su vida. La mirada de Jesús, su acción misericordiosa, el llamado a seguirlo. Todo eso en un momento no sólo íntimo, sino completamente público.
¿Cómo no responder a ese amor con amor, anunciando al Cristo vivo? ¿cómo no experimentar una infancia nueva, necesaria para entrar en el Reino de los Cielos? ¿cómo no descubrirnos pobres ante quien es rico en misericordia?
Muy bien pudiéramos representar el texto del evangelio de Mateo con un niño que es acogido por el Padre. Jesús es el Hijo del Hombre, el verbo encarnado, que toma nuestra condición, con la necesidad de ser protegido por José.
Sólo así, como Mateo, podemos reconstruir nuestra historia personal y social, de Iglesia, al poner como Roca a Cristo, acogiéndolo como fundamento de toda nuestra existencia.
Pablo grita: “Yo, Pablo, prisionero por la causa del Señor, los exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido”. Mateo y Pablo, uno publicano y el otro fariseo se encuentran con el mismo Cristo vivo.
Al celebrar al apóstol y evangelista, dejémonos guiar por su testimonio y predicación, vayamos juntos tras de Cristo vivo.