XXIV ORDINARIO miércoles 19 de septiembre
San José María de Yermo y Parres, presbítero
1Cor 12, 31-13,13; Sal 32; Lc 7, 31-35.
Comúnmente reaccionamos ante los demás de acuerdo al humor con que andamos. Especialmente para con los niños. Si andamos de buenas, estamos con ellos, jugamos. Si no, los retiramos, a veces bruscamente.
El juego al que se refiere Jesús consistía en que en dos grupos, uno de ellos cantaba canciones a las que el otro reaccionaba contrariamente a su sentido. La comparación se refiere a nuestra actitud ante su Persona, su Palabra.
Y es un síntoma del modo como se califica a la Iglesia, a sus ministros. Si hacen porque hacen, si no hacen porque no hacen. Pero lo más doloroso es cuando al mismo Jesús o a su Palabra, no sólo la rechazamos sino que hacemos lo opuesto.
¿Qué debe estar a la base de nuestro comportamiento en el encuentro con Cristo, ante su Palabra? ¡La verdad! Si nos expresa su amor y misericordia, no confundir con el deseo de dominio o desprecio.
Pablo nos ofrece un camino, el mejor. Y al concluir la descripción de este camino, nos aclara: “Ahora vemos como en un espejo y oscuramente, pero después será cara a cara”. ¿Qué hace cambiar las cosas? ¡El amor!
Cuando entramos en relación con una persona, no la conocemos de inmediato, sino hasta que hay un trato cada vez más íntimo, que nos escuchamos, y por el diálogo nos conocemos, sobre todo nos amamos.
El amor quita las barreras de la imaginación, de los malos entendidos, lleva a la verdad no sólo de la persona amada, sino de nosotros mismos. Es la sabiduría de la vida.
Con Dios, y desde Él con los demás, nuestra Sabiduría vendrá del Espíritu de Dios. Viviremos la caridad, como San José María de Yermo y Parres que en su vida y ministerio se ofreció totalmente en bien de los más pobres.