XXIV ORDINARIO martes18 de septiembre
Beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, laicos, mártires oaxaqueños.
1Cor 12, 12-14. 27-31; Sal 99; Lc 7, 11-17.
Los profetas hablan no con palabras propias, sino con la de Dios, que los envía y les da su Espíritu. La fuerza de la Palabra de Dios es tal que se cumple en cuanto resuena. Los acontecimientos descubren esa realidad.
Cuando escuchan que Jesús dice “Joven, yo te lo mando: Levántate”, y el muerto resucita, exclaman los testigos: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.
La misión del Hijo es restaurar, para su Padre, la creación entera, levantar a cada persona y a toda la humanidad de la muerte en que se encuentra. Este joven es un pagano, su madre una viuda de Naím.
La atención a los huérfanos y las viudas está ya previsto en la Ley. Jesús en este pasaje trasciende el orgullo del pueblo elegido y muestra la universalidad de la salvación. La entrada al nuevo pueblo es acción gratuita de Jesús.
Así Jesús muestra el rostro de Dios compasivo y misericordioso: “el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’”. La respuesta es de fe que se expresa en la comunión con el Señor, participando de Él.
El nuevo pueblo elegido, la Iglesia, llega a conformar el Cuerpo de Cristo en donde cada uno tenemos una función. Nadie está excluido de la gracia y de la capacidad de un ministerio en ella.
Cuando una persona se deja tocar por Cristo muerto y resucitado, se convierte a Él de todo corazón, viene la incorporación a su Cuerpo. Hoy celebramos a los beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, mártires.
Ellos, admirados por su vida recta son elegidos fiscales por su pueblo. En la fe trascienden su cultura y se ponen al servicio de la Iglesia. En ella prefieren dar su vida antes que separarse de Cristo.