Homilía del señor obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

XXIII ORDINARIO sábado 15 de septiembre de 2018
Nuestra Señora de los Dolores
1Cor 10, 14-22; Sal 115; Lc 2, 33-35.
¿Qué nos enternece? ¿La dulzura de un niño, una niña? ¿Su inocencia ante sus padres a quienes creen todo, se fían de ellos, a veces en daño propio, sin saber las consecuencias? Toda ternura puede unirse a la pena.
María, hija predilecta del Padre, gozosa presenta a Su Hijo al Templo. Ella escucha a Simeón, el profeta: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción”.
Del gozo es llevada, niña inocente y confiada al dolor: “Y a ti, una espada te atravesará el alma”. ¡Misterio del Paso de Dios en María! ¡Pascua adelantada en la joven de Nazaret! Su fe la lleva entre muerte y vida, dolor y gozo.
Así María continua el camino del evangelio. Ella está ante la Cruz para atestiguar la oblación perfecta del Hijo y asumir con fidelidad la maternidad plena del Hijo en su Cuerpo que es la Iglesia.
María sabe del dolor, lo asume por la confianza en el amor que la ha elegido desde su Concepción y por la manifestación de este amor vivo en el caminar con su Hijo. Discípula, la Madre, aprende la vida nueva, la acoge.
Pablo nos describe el sentido del sacrificio: al realizarlo, nos unimos al sacrificado y al altar. María, ya unida a Cristo se identifica más con Él y asume como propio su Altar de la Cruz.
María sabe qué es ternura, qué es dulzura, qué es amor. Y prueba también, con su Hijo, lo que es dolor. ¿Queremos acompañarla en la bienaventuranza de la fe que cumple en el calvario? ¿Queremos ir con ella hasta la Cruz?
‘¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en Él que conmigo’.

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