Homilía del señor Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 12 agosto de 2018
Verde
1Re 19, 4-8; Sal 33; Ef 4, 30-5, 2; Jn 6, 41-51.
Conocer a alguien es distinto a saber quién es. Lo segundo es externo, lo
primero va al interior, al sentido que la persona ha dado a su vida y nos lo da a
conocer. Eso es lo que constituye la dificultad de los que están ante Jesús.
En primer lugar, creen conocerlo, saben de su realidad humana. No aceptan su
realidad divina. Están como en el camino del desierto, renegando la liberación
de la esclavitud de Egipto y rechazando los dones de Dios.
Jesús se revela como quien viene del Padre y, además, como quien cumple lo
que los profetas han señalado en las Escrituras: “No murmuren. Nadie puede
venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado”.
Ahora, la misión del Hijo es la vida que no se acaba, nos incorpora a todos a la
vida del Padre: “a ése yo lo resucitaré el último día”. Esta vida está abierta a
todos: “Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios”.
La docilidad de Jesús al Padre es continuación de su promesa transmitida por
los profetas: “Todo aquél que escucha al Padre y aprende de Él, se acerca a
mí”. Jesús es la Palabra y el Pan que da la vida.
Dios Padre ha hablado a la humanidad desde el principio. Todos podemos
saber de Él, conocerlo y, en Cristo, vivir en Él. Por el Espíritu comprendemos
la vida que se nos ha dado. Ahí está el llamado a vivir como Cristo.
Nuestra reacción como discípulos misioneros es llevar al mundo la vida
nueva: “Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros,
como ofrenda y víctima de fragancia agradable a Dios”.
El mundo necesita de quien pueda llevar esta vida que permanece, el amor en
la familia, para toda persona.

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