III PASCUA lunes 16 de abril de 2018
Hech 6, 8-15; Sal 118; Jn 6, 22-29.
Después de un breve resumen, Jesús nos va a explicar el sentido del signo de la multiplicación de los panes. Parece que hay una contradicción entre la búsqueda de Jesús por parte de la multitud y la reacción inmediata de Él.
“Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse”. Jesús les insiste en el sentido del signo, trabajar “por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre”.
Un pan material lo digerimos y nos vuelve a dar hambre. El Pan que Él nos da, la Eucaristía, nos dispone para el juicio final. Podemos preguntarnos ¿Ya estoy dispuesto para la vida eterna? Es el examen de conciencia cotidiano.
Por eso habla de las obras. La fe en Jesucristo es acogerlo, seguirlo y obrar con Él, para estar desde ahora en comunión con Él, para siempre: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”.
Esteban es un diácono que atiende a los pobres. Elegido tal, vive los mismos pasos que Jesús y los apóstoles y sufre igual: acusaciones, testigos falsos, unidos a discusiones acerca de la verdad de la resurrección.
Ahora los libertos, judíos con una mentalidad más abierta, se oponen Esteba, quien impacta con la palabra y la sola presencia: “Los miembros del sanedrín miraron a Esteban y su rostro les pareció tan imponente como el de un ángel”.
El discípulo de Jesús podrá realizar las obras de Jesús y padecerá el suplicio que Él acogió como voluntad del Padre, todo bajo la acción del Espíritu Santo. Los discípulos tenemos el mismo llamado y el mismo Espíritu de entonces y ahora. Actuemos la fe y las obras que Jesús nos pide.