IV PASCUA martes 24 de abril
Blanco Feria de Pascua
Hech 11, 19-26; Sal 86; Jn 10, 22-30.
Cuando descubrimos el valor de la vida y queremos optar por un sentido pleno de ella, no nos arriesgamos a elegir sólo lo que de momento se nos presenta; a veces nuestro criterio es la ganancia económica, o material en general.
Ahí es donde, en nuestro camino de fe, comenzamos a encontrar o poner trabas y dificultades para decidirnos por Cristo plenamente. Los judíos se acercan a Jesús pidiéndole: “Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente”.
Jesús ya ha realizado signos suficientes en los que deja ver que su actuar es en obediencia y comunión con el Padre. Que Él no hace nada por sí mismo o para sí mismo. Que “El Padre y yo somos uno”.
La gran dificultad de entonces y de ahora, es que no escuchamos la Palabra que Cristo nos da. No atendemos lo suficiente a su contenido. Somos superficiales y, además, todo lo seguimos midiendo con nuestros criterios humanos.
“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás”. El diálogo con Jesús propicia el mutuo conocimiento y la identificación, la comunión.
La Iglesia perseguida difunde la Palabra de Dios y muchos, judíos y de otras naciones, se acercan. Este es el gozo de Bernabé quien como “hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe, exhortó a todos a que, firmes en su propósito, permanecieran fieles al Señor”.
Pablo y Bernabé se unen ante esta respuesta del Espíritu Santo y la reacción abierta de los que lo reciben. Lo que fundamenta nuestra fe no son tanto las prácticas religiosas rutinarias, sino la fuerza de la Palabra que actúa.
Este tiempo de Pascua nos invita, renacidos en el Bautismo con la preparación cuaresmal, a renacer como Iglesia de la Palabra, misionera, de testigos.