III CUARESMA marzo 5 de 2018.
2Re 5, 1-15; Sal 41 y 42; Lc 4, 24-30.
No es fácil entender en qué consiste una elección. No me refiero sólo a las que hacemos para tener quienes dirijan nuestro progreso humano, sino también el espiritual. Sentirnos llamados puede abrirnos a la tentación del orgullo.
Esto sucedió con el pueblo elegido por Dios. Despreciaba a los demás pueblos y su seguridad era Dios que le resolvía todo. Por eso Jesús, tocando este punto débil, provoca el enojo de sus paisanos en la sinagoga del pueblo.
Habla de paganos que reciben el cuidado de Dios, como lo es una anciana en Sarepta y un general sirio, pueblos además enemigos de Israel. Es característica la situación diplomática política ajena a la realidad, que pone en peligro la paz.
Destaca aquí la claridad que tiene el profeta para explicar al rey y para dar al orgulloso general una oportunidad para convertirse. Pone como centro de todo el que el Dios de Israel sea reconocido como el único Señor.
“Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”, esta profesión de fe no es algo superficial, sino definitivo para una persona concreta. Jesús reconoce y acepta que para Él no es posible realizar su misión en su tierra.
La humildad y certeza de Eliseo y de Jesús nos llevan a buscar al verdadero Dios que no está limitado a un lugar, unas personas, sino que tiene el plan de la salvación universal. Entender que nuestra elección ha de servir de anuncio.
La actitud de humildad debe ayudarnos a descubrir que no merecemos ser lo que ya somos, hijos de Dios incorporados al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, por el bautismo. Tal elección es definitiva por parte de Dios. Así sea nuestra respuesta.
Confiemos en el Señor de quien viene misericordia y perdón. No busquemos otra salvación que su amor eterno.