Homilía del Señor Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

II CUARESMA lunes 26 de febrero de 2018.

Dan 9, 4-10; Sal 78, 8.9, 11.13; Lc 6, 36-38

Jesús nos llama la conversión invitándonos a abrir el espacio que el Padre reine plenamente en nuestro interior hasta el punto en que vivamos el amor que nos identifica con Él: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”.

Éste es el eje, identificarnos con el Padre en su amor que es misericordia. Lo demás es consecuencia: juicio y condenación son sólo de Dios, a nosotros toca dar. La consecuencia será recibir en abundancia que demos a los demás.

Éste es el punto de llegada de nuestro camino de cuaresma, la identificación con el Padre a través del cumplimiento de Su voluntad. El amor y el servicio nos pide salir de nosotros mismos, quitar barreras aún para recibir.

En otros términos, podemos llamar a esto un camino de humildad. Un proceso de transformación interior en donde comenzamos por reconocer lo que somos y nos abrimos al gran campo de la voluntad del Padre pare realizarlo.

La oración que nos presenta el libro de Daniel es maravillosa, es una confesión: “En aquellos días, imploré al Señor, mi Dios, y le hice esta confesión”. ¿En qué consiste esta confesión del profeta?

Reconoce la grandeza de Dios en su fidelidad y amor en contexto de alianza; de inmediato pasa a confesar en la fe: “Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidades, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas”.

Este es el contraste que estamos llamados a vivir en el encuentro con Dios en este tiempo. No sólo a hablarle, a pedirle, sino a reconocer lo que ante Él somos, sabiendo que no le podemos ocultar nada, porque Él sabe nuestra historia.

El otro aspecto de la confesión, fundamental, es “De nuestro Dios, en cambio, es el tener misericordia y perdonar”. Reconociéndonos, acogemos al verdadero Dios.

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