V CUARESMA lunes 19 de marzo
San José, Esposo de la Santísima Virgen.
2Sam 7, 4-5. 12-14.16; Sal 88; Ro 4, 13. 16-18. 22; Lc 2, 41-51.
Un relato sencillo, puede ser frecuente en la vida cotidiana, familiar, nos lleva a descubrir algo maravilloso. El adolescente Jesús se queda en el Templo mientras su padre y su madre toman camino de regreso, cada uno por su lado.
Es lógica la reacción de María al encontrar a su Hijo. Una llamada de atención necesaria. El Hijo responde con tranquila y seguridad: “¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?”
Jesús es educado en la fe de Israel y ha de buscar lo que el Padre le pida. De esas cosas, una es ir al Templo, otra es profundizar el sentido de las Escrituras. Jesús realiza ambas, aunque desconectado de su padres.
Este hecho nos pone en la línea del cumplimiento de la Promesa del Señor: “engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré su reino”. Jesús es el Mesías prometido, que consolida la Casa, la familia de Dios.
Por una parte Jesús está buscando las cosas de su Padre. Y una de estas cosas del Padre es que el Hijo está enviado al mundo, es la Palabra Encarnada, y con sus padres: “volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad”.
Parte de la Encarnación es la vida de familia. Y en esta familia está María y está José. Mujer y hombre de fe. cada uno ha encontrado al Señor, cada uno da una respuesta heroica desde la fe.
Al celebrar a San José, resaltamos precisamente esta disposición a una fe a toda prueba. José pudo haberse quedado en el cumplimiento de la ley de Moisés con interpretación de su tiempo, dejando a María ante una posible lapidación.
Agradezcamos al Patriarca José, que en la fe de Abraham, acoge a María cuidando del Hijo de Dios.