Pbro. Didier Munsiensi Mawete
La constitución dogmática Dei Verbum en el apartado de naturaleza y objeto de la revelación dice lo siguiente: “en consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos a su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio obtenido en ella”. (DV 2). Esta afirmación nos remite a la realidad de la filosofía de lenguaje que nos enseña que las palabras son hechos, como lo dice Agustín: “en cuanto decir es hacer”( Austin 1962). Nos recordamos de lo anterior por la profundidad de lo que el profeta Isaías nos transmite: “dice Yahvé: así será la palabra que salga de mi boca. No volverá a mí con las manos vacías sino después de haber hecho lo que yo quería, y haber llevado a cabo lo que le encargué”. (Is 55, 11). Así, confirmamos el poder y la profundidad de la palabra de Dios. Porque es creadora de todo, endereza lo torcido, da vida y orienta a todo aquél la medita y la interioriza. En esta línea, la carta a los hebreos reporta lo siguiente: “ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada a dos filos. Penetra hasta lo más profundo del Alma y del espíritu, hasta la medula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón. (Hbr. 4, 12). La siguiente afirmación de Dei Verbum: “Dios habla a los hombres como a los amigos, por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a comunicarse con él…”, marca claramente lo que Jesús, Palabra eterna del Padre hace en el santo evangelio. Nos enseña cómo comunicarnos con el Padre, a través de la oración del Padre Nuestro. Esta oración, encerrada entre dos consejos, presenta siete peticiones que, sin duda, muevan el corazón de Dios y le hace sentir obligado a respondernos favorablemente; y también recogen las necesidades sensibles del hombre. Porque estas peticiones entran en la voluntad de Dios que promueve el bien estar del orante. En efecto, no multiplicar palabras significa creer que ya Dios nos cumplirá los deseos de nuestras peticiones. Y el perdón de los hermanos nos hace divinos. Porque el Padre Nuestro es infinitamente bueno y amoroso, su amor es más que nuestras flaquezas. Por eso, el que perdona ama como Dios y se diviniza y permite que Dios venga a vivir en él. ¡Así sea!