Homilía del señor obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

XXII ORDINARIO jueves 5 septiembre de 2019
Votiva de la Sagrada Eucaristía
Col 1, 9-14; Sal 97; Lc 5, 1-11.
Jesús maestro ha llamado a sus discípulos. No les da clases, ni siquiera como un rabino de la época. Él realiza la predicación y los signos, siempre ambas cosas. Ahora, después de hablar a la gente que se agolpa en torno a Él.
Después de predicar desde la barca, guía a los discípulos mar adentro. Viene la escena de la pesca milagrosa y el paso a la nueva etapa para sus discípulos quienes lo siguen al escuchar: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Aunque nosotros todos lo vivimos, nos olvidamos de algo propio de nuestra naturaleza. No somos todo lo que podemos ser desde el nacimiento. Poco a poco, naturalmente, nos vamos desarrollando. Y cuando decidimos nuestra vida tampoco es inmediato, hay que caminar.
La fe que Jesús nos transmite supone un camino. No sólo trasladarnos de un lugar a otro, sino de ir de una etapa a la otra. Como va llevando a sus discípulos. Ellos están entre los que lo escuchan y ven los milagros. Ahora el milagro va directamente para ellos.
El paso de pescadores de peces a pescadores de hombres implica un cambio de nivel en la intención de la vida, en el sentido de la existencia. Dejan todo. Se abren hacia un nuevo modo de caminar en el mundo.
Es la misión de la Iglesia, no sólo anunciar a Jesucristo, testimoniarlo, sino acompañar a cada uno de los que lo aceptan para que descubran la vida nueva. La oración de Pablo es “pedir incesantemente a Dios que los haga llegar a conocer con plenitud su voluntad, por medio de la perfecta sabiduría y del conocimiento espiritual. Así ustedes vivirán según el Señor se merece, le agradarán en todo, darán fruto… ”.
Este camino es la Eucaristía, que consiste en recibirla y vivirla siempre.

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