XVII ORDINARIO miércoles 31 julio 2019
San Ignacio de Loyola, presbítero
Éx 34, 29-35; Sal 98; Mt 13, 44-46.
Usamos la palabra ‘tesoro’ para referirnos a algo que nos es valioso: un objeto, la experiencia de amistad con una persona; a veces a la persona misma referimos este calificativo. Algo que nos llena y concentra nuestra vida.
Jesús, con las parábolas de la perla y el tesoro nos dice que el Reino es una realidad tan rica, que nos ha de llegar a ser tan valiosa, que la pongamos por encima de todo lo que consideremos importante.
Dar la vida por el reino es el interés del discípulo misionero que ha encontrado a Cristo y que quiere vivir como Él, cumplir su mandato del amor. El reino de Dios no es una ‘cosa’, un ‘objeto’, es el estilo de vida de Jesús.
Por eso podemos hablar más bien del reinado de Padre por la ley del amor que en Cristo hemos conocido porque nos lo ha comunicado, lo ha cumplido para nosotros. Descubrir esta realidad es descubrir el tesoro de la vida.
Moisés, cuando se encuentra con el Señor, conserva su el rostro resplandeciente no como algo voluntario, o buscado por él, sino como fruto de la vivencia de su encuentro con Dios. De eso se trata nuestro testimonio.
No de tomar posturas, poses externas; sino de reflejar la acción de Dios por Cristo en cada uno de nosotros, la presencia del Espíritu Santo que nos guía. Y es esa la vida de santidad, de discípulos misioneros.
Hoy celebramos a San Ignacio de Loyola, quien se encuentra con Cristo por la meditación del evangelio durante una convalecencia. El descubre el sentí del Reino de Dios y responde al Señor.
A través de la oración, elabora los ejercicios espirituales; quiere dar
toda su vida por construir el Reino y funda la Compañía de Jesús para
promoverlo. Que interceda por nosotros.