IV ORDINARIO miércoles 6 de febrero de 2019
San Mateo Correa Magallanes, mártir mexicano
Heb 12, 4-7. 11-15; Sal 102; Mc 6, 1-6
Cada pueblo, cada país, honra a sus hijos cuando éstos alcanzan un gran nivel de popularidad, unida a un prestigio de poder, de habilidades extraordinarias. Y Jesús no llena todas las expectativas, es uno más en su pueblo.
Esto es coherente con su intención de no ser reconocido como superhombre, mago, que de la nada hace cosas extraordinarias. La intención de Jesús es dejar claro que el Reino de Dios ha llegado y lo toman quienes tienen fe.
Al final, Jesús “estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente”, y siguió su camino, continuó su misión: “luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos”. Con esto nos queda claro, si no tenemos fe, no participamos del Reino.
Uno de los rasgos de nuestra fragilidad en la fe lo definen las dificultades que con frecuencia enfrentamos para vivirla. Sobre todo cuando creemos que esta fe es una realidad a la medida de nosotros mismos, no de Dios.
La expresión ‘soy creyente a mi modo’ todavía es frecuente. El reclamo ‘por eso perdemos la fe’ ante situaciones en que no somos atendidos por el sacerdote cuando queremos y como queremos, habla de la debilidad de nuestra fe.
Nos queda muy bien la exhortación de la carta a los hebreos: “Todavía no han llegado ustedes a derramar su sangre en la lucha contra el pecado”.
Sí, nos falta dar testimonio de nuestra fe, sacarla de su escondite intimista e ir adelante en las verdaderas dificultades de rechazo o persecución por la fe. Falta robustecer la fe para sostenernos en el camino de seguimiento de Cristo.
Hoy vemos en san Mateo Correa Magallanes, mártir mexicano, la fuerza de esta fe; a pesar de la persecución, del encarcelamiento más de una vez, persiste en dar testimonio de Cristo misericordioso, no rompiendo el sigilo sacramental.