Homilía del señor Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

III ORDINARIO lunes 28

Santo Tomás de Aquino, presbítero y Doctor de la Iglesia.

Heb 9, 15. 24-28; Sal 97; Mc 3, 22-30.

Jerusalén es la ciudad santa. Ahí está el templo. El hecho de que escribas de ahí vengan a indagar quién es Jesús y qué hace, ya implica un juicio en contra del Hijo de Dios, con el argumento de la pureza de la doctrina.

La acusación se convierte en autocondena para los escribas. La respuesta de Jesús es coherente, argumenta la falsedad de la acusación: “si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin”.

Todos podemos cometer pecado al negar a Jesucristo, cuando no actuamos como discípulos suyos. Si reconocemos nuestro pecado y nos arrepentimos, sí podemos obtener el perdón. Si no nos arrepentimos, no podemos tenerlo.

Los escribas esconden su pecado en la supuesta virtud de fidelidad a la ley, así se niegan a la conversión, están pecando contra el Espíritu Santo. Ese es el peligro que viene del orgullo y la autosuficiencia ante Dios.

Por su parte, “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos” y, sobre todo, “Al final se manifestará por segunda vez… para salvación de aquellos que lo aguardan y en él tienen puesta su esperanza”.

El Año de Gracia que anuncia Jesús en la sinagoga de Nazaret consiste en esta nueva etapa en la que Dios irrumpe en la historia humana con su gratuidad, para liberarnos de toda esclavitud y corrupción.

Santo Tomás de Aquino sobresale por la pureza de su fe y su humilde y gozosa búsqueda de la verdad en Dios. Así encuentra el camino de la sabiduría en el misterio del amor y la misericordia de Dios.

Que su intercesión nos ayude, su enseñanza nos ilumine, para vivir la fe en toda su profundidad por el amor y la esperanza. Aprendamos a contemplar y vivir siempre la Eucaristía

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