Homilía del señor Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 27 de enero de 2019

Neh 8, 2-4.5-6. 8-10; Sal 18; 1Cor 12, 12-30; Lc 1, 1-4; 4,14-21

Ante la presentación que nos hace Lucas de su texto, entendemos qué es el Evangelio. Es Jesucristo, su persona, su vida, su mensaje, la doctrina que la Iglesia recoge de Él por la tradición que dejan los testigos.

Después de adviento y navidad, que nos han permitido prepararnos para ir al encuentro del Señor que ha llegado, ahora Jesús vuelve a Nazaret, a la sinagoga. Ahí proclama la presencia del Espíritu en Él y la misión que le da.

Es el Profeta que cumple, vive la Palabra de Dios. Es la realización nueva de la presencia del Señor que reúne a todo el pueblo y es causa de alegría, pues: “celebrar al Señor es nuestra fuerza”.

El Espíritu es la fuerza que unge a Jesús para: “llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.

Jesús es, por excelencia, Apóstol y Profeta, enviado por el Padre para anunciar; quien viene a realizar las tres funciones principales: sanar, liberar, socorrer. En Él está todo el ser y quehacer de la Iglesia.

Nosotros la Iglesia, miembros del Cuerpo de Cristo, hemos de caminar en comunión, en la unidad fortalecida por el Espíritu, para que el don que a cada uno nos da, se complemente con el del otro en su misión única.

En la Iglesia la diversidad de ministerios y vocaciones no implica conflicto; ninguno está de más, ninguno falta. Descubramos la riqueza de cada uno de nosotros y la necesidad de los demás en la complementariedad.

El seguimiento de Cristo no es sólo individual; es en fraternidad, más allá de una mera organización pastoral, pues nuestra comunión es ya anuncio. ¡Vamos con Jesús a Nazaret nuevamente!

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