XXXI sábado 10 de noviembre de 2018
Blanco Memoria de San León Magno, Papa y Doctor de la Iglesia
Fil 4,10-19; Sal 111; Lc 16, 9-15.
Un rasgo de inmadurez, irresponsabilidad, es no medir lo que es propio y lo que es ajeno. Si uso un objeto prestado, con frecuencia me lo quedo; si recibo dinero en custodia, acabo gastándolo. Es frecuente.
Desde luego, hay personas que saben respetar lo ajeno. Jesús nos llama a cuidar la administración de los bienes. Sabemos que Él no viene por cuestiones materiales, sino para nuestra salvación.
Los bienes a los que se refiere son los espirituales, los bienes del Reino de Dios que Él viene a instaurar. Y de todos modos, no puede haber una relación entre Dios y el dinero, no son compatible, no podemos servir a ambos.
El mundo ha elegido servir al dinero. Por eso, si una persona no significa algo de ganancia, es desechado. Si una persona, aún pobre, significa ganancia, viene usado, como son los que quedan esclavizados laboralmente.
Este hecho de los migrantes en todo el mundo es un signo. Personas que ya no sirven tienen que salir de su país; sirven si viven la audacia de ir a otro país a trabajar porque las remesas enriquecen también a algunos.
Pero están quienes engañan a los migrantes ofreciéndoles lo que ellos anhelan y por una buena cantidad de dólares, los introducen a otro país y los abandonan como objetos. Hemos perdido nuestra dignidad.
Sólo la caridad puede abrirnos el camino para recuperar nuestra identidad de hijos de Dios. El servicio, la colaboración y solidaridad con el más necesitado, aún cuando no sea monetaria, sino en artículos de primera necesidad.
Al agradecer Pablo la generosidad a la comunidad de Filipos, descubre el secreto del pobre: “Todo lo puedo unido a aquel que me da fuerza”. Cuando nos fiamos de Dios, no del dinero, siempre tendremos para dar. Que San León Magno interceda por nosotros siempre.