Homilía del señor obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

XXIX ORDINARIO jueves 25 de octubre 2018

Misa Votiva de la Sagrada Eucaristía,

Ef 3,14-21; Sal 32; Lc 12, 49-53

Después de su nacimiento, Juan el Bautista anuncia la preparación para recibir el Reino de Dios. Jesús recibe de él el bautismo y se va al desierto, conducido por el Espíritu Santo para ser tentado. Vence al Maligno con la Palabra de Dios.

¿Qué bautismo quiere recibir ahora Jesús? ¿Qué nueva iniciación o nueva etapa quiere vivir y lo desea con firmeza? El cumplimiento de la voluntad del Padre.

Y quiere que este nacimiento definitivo en el Padre sea para todos. La división que implica la opción para vivir bajo el reinado del amor, por encima de todo, es el fuego que lo llena de angustia.

Esta división de la que habla Jesús hemos de entenderla en su contexto. No se trata de que Jesús promueva la desarticulación de la familia por egoísmo; muchas familias estarían ya viviendo el reino.

Se trata de que al optar por Cristo, pongamos en segundo lugar, inicialmente, a la familia, para que, al vivir a Cristo, su reinado, podamos amar a la familia en lo que es realmente sin someternos a ella ni someterla.

El amor entonces es una decisión libre, sin falsedad, ni acomodos temerosos o egoístas. La oración de Pablo es maravillosa en este sentido. Pide para que nos abramos de tal manera al amor del Padre, que nos inunde totalmente.

En el agua se da el movimiento del flujo, de expansión, y de reflujo, de volver al centro. Nosotros, tomados por Cristo que en su flujo nos envuelve, nos lleva a una comunión profunda. Sólo en la Eucaristía comprendemos esto.

Anunciar a Jesucristo, abrirnos y convertirnos a Él nos lleva a vivir el camino de la fe bajo la acción del Espíritu, hasta ser incorporados, por la Eucaristía, a la Iglesia comunión y misión. Dios expande su amor para llevarnos a Él.

 

 

 

 

 

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