XXIX ORDINARIO DOMUND 21 de octubre de 2018
Is 60, 1-6; Sal 116; Heb 4,14-16; Mc 10, 35-45
Jesús es nuestro maestro. Sabe llevarnos paso a paso en el camino que nos propone. Ahora, ante una solicitud imprudente, así lo vemos seguramente como lo vieron los demás discípulos, responde a Santiago a Juan con tranquilidad.
Les invita a reflexionar con una pregunta sobre la implicación de su solicitad. Y de inmediato los lleva al punto final: “eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; eso es para quienes está reservado”.
Así nos enseña dos cosas. Una, que el camino de seguimiento supone la cruz y resurrección. La otra, que no podemos aspirar a un lugar especial, porque es un don del Padre, que ni el mismo Hijo conoce.
Este pasaje nos ubica en nuestra frágil realidad humana y aprendemos que no podemos juzgar la vida del Reino con nuestro criterios. Se trata de un don del Padre, no de un trabajo meramente humano. Cristo es el camino, el Mensaje.
Cuando Jesús concluye: “así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos” señalando la vida de la comunidad, nos dice que hemos de vivir el mensaje que anunciamos.
Jesús, enviado del Padre, servidor de la humanidad, es nuestro mensaje que ha de ser atestiguado por nuestra vida.
Anunciar a Jesucristo como presencia del reinado del Padre, implica ofrecer el servicio de la vida nueva para todos. La sabiduría que viene del Amor del Padre en Cristo ilumina y congrega a todas las naciones.
No es un camino fácil, hoy lo vivimos en comunión con el Papa Francisco: somos una Iglesia perseguida, retada por el mundo a manifestar el poder de Dios que ya está presente en Cristo resucitado que nos lleva al Padre.