XI ORDINARIO lunes 18 de junio de 2018
Por los cristianos perseguidos
1Re 21, 1 -16; Sal 5; Mt 5, 38-42.
¿En dónde radica la debilidad? ¿En qué consiste la fuerza? Son temas que nos pueden confundir. La cultura del más fuerte, del no a dejarte de los demás, de pegar primero para hacerlo dos veces, es lo que prevalece.
Ir contra esta corriente no es fácil, porque penetra en nuestros sentimientos y en nuestros pensamientos. Se unen estas facultades cuando el egoísmo nos invade y no deja espacio a la realidad.
¿Cómo vamos a terminar de desquitarnos si nuestra mente y nuestro corazón está lleno de odio? Hay situaciones tan sencillas, que pudieran resolverse con el diálogo y, sin embargo, han provocado rencillas aún entre familias.
La ley del amor penetra lo más profundo de nuestro ser. Ahí donde pensamos que ya no es posible cambiar. Aceptar la ofensa, olvidar el daño, no poner ninguna traba al mal que nos hagan, es la verdadera fuerza del amor.
Contra el pensamiento común, no reaccionar golpe por golpe es el camino de la libertad interior, de la fortaleza ante el sufrimiento para amar hasta el extremo, que es punto de llega de la ley de Cristo.
Seguramente nos causa rechazo la injusticia y prepotencia, que llega a la crueldad, con que actúan los reyes Ajab y Jezabal. ¡Asesinar para quitar del camino a una persona inocente!
¡Cuántas personas queremos quitar de nuestro camino! ¡Cuántas personas sentimos que nos estorban y las aniquilamos interiormente! No está lejos de la realidad esta situación. Tal vez se da más de lo que nos imaginamos.
Muchos son perseguidos por causa de su fe, de su cultura, de su raza o de algún otro aspecto de su vida. ¡No seamos cómplices de injusticias! Más bien, al seguir a Cristo, descubramos la verdadera misericordia. Una educación en la fe nos forma la conciencia en la justicia y misericordia.